10.5.05

Teníamos un cuerpo tan inmenso que se nos quedaban cortos los brazos para adentrarnos en el otro, éramos tan felices que las babas inundaban los comedores de las casas respetables y los hombres se empeñaban en cegarse para evitar que las retinas se les desprendan con tanta caricia. Éramos la víspera y la noche antigua, aniquilamos a las luciérnagas y entre el bullicio estábamos silencio contra silencio musicalizando nuestro perfume. Ya no hay despertar, ya los oídos se han tapado y en los rostros una mueca desplaza a los viandantes y se transforma en relato triste. Yo supe que estabas allí, tu sabías que la espera acababa cuando respiraste mi suspiro y una mirada verde invadió la sala, el negro suelo tembló y así fue…el cuento que acaba empezando y derrite las tinieblas, el por fin, el al fin, el siempre, se despega y ahí vas camino a ese sitio sagrado que te guardará hasta que en mi deseo me virginice al punto de merecer tu brazo, partido por la hoja penetrante de tus fósforos en llama, de mi vida perdida por ti, de nuevo, inundada, denodada, de nada todo inmersa conciente de la mentira feroz que me arrastra una y otra vez a la cama posible invisible irreversible de lo que no puede ser.
Me caminas y siento
Me miras y camino
Láteme y yo sabré decirte las vocales que como en un 127 te volverán rosado vino, esparcido en mis entrañas sedientas de algo que ya ha muerto.

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