17.6.04

Cuando te veía mirarme no creía que fueras más que un espejismo.
Cuando te veía oirme no podía dejar de dedicarme.
Estabas tan presente, tan ojos y oidos, que mi espalda se dobló hacia la izquierda y ahí se quedó apoyada en lo que manaba de tu risa.
Volví a sentir que valía la pena, y entonces, en lo mejor de la noche, estiré mi mano y en lugar de coger un cigarrillo te regalé una lágrima.

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